miércoles, 4 de noviembre de 2015

Sargento Gomez

El padre de Gomez era jardinero en Los Ángeles. Mantenía los parques de los ricachones de Beverly Hills. Le iba bien para ser latino. Ya tenia una pequeña empresa, algunos empleados (también latinos) y su propia camioneta Dodge. Si bien vivía lejos, en La Cañada, conocía LA como la palma de su mano. Llego a esta ciudad luego de estar durmiendo casi 3 meses en un barril, perdido en el desierto que rodea El Paso, Texas. Escondiéndose  de los rancheros que cazaban mexicanos como si fueran coyotes, dentro del tambor que otrora llevara lubricante, sobrevivió comiendo lagartijas y raíces. Explotado de día por los mismos gringos que de noche le disparaban a matar entre los matorrales, logro juntar dinero suficiente para llegar a California de contrabando, en un camión de estiércol (ni los perros lograban detectarlo). Los Ángeles lo recibieron con los brazos abiertos, trabajo, cerveza y mujeres. Incluso siendo ilegal, vivía mucho mejor que en su Laredo natal y mientras no se metiera en problemas, la policía no lo deportaba, ya que los gringos "no sirven para trabajar de burros, por eso nos necesitan", como el siempre decía.


En América pudo tener su propia casa, un humilde apartamento en Montrose Ave, del que estaba orgulloso. En las juergas de los barrios latinos conoció a su querida Maria Antonia, que le dio a su hijo José, la luz de sus ojos, quien pudo cumplir su sueño de ser ciudadano americano, aunque el jamas llegara a serlo. Por  esto amaba tanto a esta ciudad,  a este país, del que se sintió parte el día que recibió la Green Card. Y por eso no le tembló la voz cuando me dijo que estaba orgulloso de que su hijo diera la vida por esta tierra, que el sentía como propia. Aunque fuera el único hijo que tenia. Se mantuvo impasible mientras sostenía a su querida Maria Antonia, que se desvanecía en un mar de lagrimas, sin que sus piernas logren la firmeza suficiente para sostenerla. La pobre mujer lloraba mientras gritaba en voz baja "me mataron a mi pepito, mi pepe, que voy a hacer, virgen santa". Ella no entendía de orgullo, ni de guerra ni de banderas. Ella solo recordaba pañales, y su niño mamando de su pecho, lo demás era todo mierda, todo humo.

Antes de llegar ya sabia que era inútil decirles que su José no había muerto defendiendo su país, y mucho menos de forma honorable y heroica, como me instruyeron informar. Yo bien sabia que no, pero el teniente Jackson estaba ahí conmigo para asegurarse de que así fuera, de que les dijera que su hijo había dado su vida por este país, defendiendo el "sueño americano" del que ellos pudieron probar unas migajas, como mis padres, como yo o como Jose. Ese era el precio, y don Gomez bien lo sabia, y estaba orgulloso de eso. Si tan solo el supiera lo que yo no podía borrar de mi mente, lo que en realidad todos en el escuadrón sabían, lo que el mismo puto de Jackson no se animó a denunciar, quizás si lo supiera... pero no, no iba a ser yo quien se lo dijera, solo así podía salir de este infierno, al menos que la muerte de Jose sirviera para eso, para salvarme. Aunque lo conociera desde los ocho años. Aunque fuera mi mejor amigo...




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